Lagos y los mundos superpuestos







Según Rem Kolhaas, el reconocido arquitecto, Lagos es el ejemplo de la ciudad del siglo XXI donde conviven la ciudad informal y la ciudad formal. Creo que es eso, pero también son muchos mundos superpuestos, de espaldas, solapados, a contramano. Conocí Ikeja cuando llegué porque ahí está el aeropuerto y la Guest House del IITA. Esto es en el continente y es el centro administrativo de Lagos, gigante urbanístico que hoy sigue siendo la capital del estado si bien cedió el status de capital del país a Abuja en 1991. Más ordenado que Ibadan, Ikeja comparte las características de lo que ya he visto de Nigeria: caos, basura por todos lados, tránsito feroz y una infraestructura vieja y a punto del colapso. En las luces del amanecer, cuando apenas llegaba y salimos rumbo a Ibadan, los viejos edificios y el color de la gente y su bullicio me hizo acordar un poco a Cuba. No en balde son sus ancestros.
Pero el miércoles fuimos a Lagos en plan de comprar alimentos y artesanías. Salimos a las 7:30 am de IITA para recorrer en tres horas y media 170 km de terreno llano por la Oyo y Expressway Roads. Eso no puede explicarse, pero es así. Directo a Victoria Island, que es otro mundo al que se llega a través de un gran puente. Ya desde el puente uno va viendo miles de palafitos con sus patas en el agua, casas de unos cuantos miles de las 4200 personas / kilómetro cuadrado que habitan Lagos. Un mundo a contrapelo que sólo vi desde la ventanilla del auto.
Victoria Island es otro mundo, el mundo globalizado, moderno, limpio y dinámico y está unido al continente por un terreno relleno en la Península de Lekki, donde existe otro mundo, el tercero o cuarto. Uno deja el puente y se mete por una autopista de varios carriles y vueltas en la que el único común denominador con el resto de Nigeria es el tránsito feroz, aunque ya no se ven los cascajos que andan por las calles de Ibadan. Autos cero kilómetro, amplias avenidas con semáforos, edificios de muchos pisos algunos con diseños arriesgados y gente vestida a la manera occidental, son la impronta de esta parte de la ciudad. Allí se han mudado la mayoría de las embajadas, oficinas de compañías extranjeras y bancos y parece vivirse una fiebre de la construcción: donde no hay un edificio hay una obra. Ahí es el lugar de los comercios para extranjeros, así que fuimos a una panadería belga a comprar exquisitas medialunas para meter en el freezer y desayunar todos los domingos de por lo menos un mes. También fuimos a dos shoppings, Park’n Shop y Shoprite. En ambos se encuentran deliciosas carnes de Kenia, Australia o Sudáfrica, quesos de Holanda o Italia, aceitunas de Marruecos y vinos de Australia, South Africa, Francia o Chile, que fue la única presencia latinoamericana que encontré. Si no fuera por los guardias armados de la puerta, entrar al Park’n Shop es como entrar a uno de los Discos viejos que aún quedan en Pocitos. El Shoprite, construido para millones en brillante piedra blanca se erige en el medio de terrenos en obra y llegamos a él luego de avanzar varios kilómetros a paso de hombre dentro de una maraña de vehículos al costado de una autopista en construcción que bloqueaba por completo la entrada. Nos bajamos y a los saltos atravesamos la obra junto con secretarias de taco aguja y ejecutivos de corbata. Por dentro, es como estar en la parte nueva del Montevideo Shopping Center: amplios corredores blancos con comercios de cuidado diseño y finísimas mercaderías. Tan impersonal, que fue donde me sentí más en casa. Curioso, ¿no?
De ahí hacia la península de Lekki, nuevamente hacia el continente pero para el lado de las playas que sólo olimos porque el aire traía aromas de yodo y sal, pero no había tiempo. Al acercarnos al Lekki Market, lugar imperdible para comprar artesanías, a unos 9 km del centro de Victoria Island, vuelvo a reconocer la Nigeria de las casetas, los vestidos de colores, las calles de barro y la mugre. En las entradas a las calles laterales las okadas (motos taxi) esperan su clientela para atravesar a lo loco el tumulto de autos. El Lekki Market, posiblemente porque sea un punto ineludible para extranjeros, es un mercado ordenado con puestos estables y piso de material. Ahí se encuentran hermosas artesanías de todos los puntos de Yorubalandia entre las que se destacan las tallas en madera, los collares de cuentas de vidrio y las pulseras antiguas de bronce que se usaban como términos de intercambio comercial. Hay que regatear duro y no quedarse nunca con el primer precio. A veces uno no logra hacerse con la mercadería, dependiendo de la tozudez del comerciante, pero nunca nunca hay que aceptar el primer precio. “No te emociones que perdemos” me dijo Julieta, la mejicana, cuando vio mi cara ante un collar de moon bit que parecía hecho realmente con gotitas de luna. Ella le dijo con indiferencia al artesano, “Bah pero se ve la piola” con lo que terminó llevándoselo por menos de la mitad.
Apenas vislumbré esta caja china de mundos superpuestos pero me alentó la posibilidad de prescindir del chofer y largarnos por cuenta propia a la brevedad.

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