Desde la ciudad, hacia el oriente se ve el cerro de Monserrate coronado por el Santuario del Señor Caído. Desde la cima del Monserrate se ve la ciudad de Bogotá extendida a sus pies y en su falda. A 3100 metros de altura la empinada ladera conduce hasta el pie del cerro cubierto de vegetación hasta la cima, donde la iglesia simula un retazo de nube enganchada en la aguja de su torre.
Se accede por funicular o aerocarril para continuar subiendo los últimos metros por empinadas escalinatas, que aún quitan el aliento (al menos a los que nacimos a nivel del mar o llevamos la carga de años de cigarrillo). Al frente, el cerro de Guadalupe completa el rosario de crestas que rodea la ciudad.
Luego, el respiro es en el templo. El Santuario declara una historia de más de 400 años que no se evidencia en el edificio, de clara impronta siglo XX. Es una nave blanca, en la que la luz estalla contra unas columnas lobuladas cubiertas de madera roja. Los cuadros del via cruci apenas visten las paredes claras. Los pisos de mosaico pulido centellean. Al frente, un altar desnudo, enmarca una escultura en madera del Señor Caido bajo el peso de la cruz. Cuenta la leyenda que la obra llegó a Monserrate por error, pero cuando quisieron bajarla pesaba mucho, mientras que al subirla se sentía liviana. Por obvias razones, ahí quedó.
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