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No permiten tomar fotos adentro. Ni siquiera desde la terraza hacia afuera. |
Cuando salgo del edificio de apartamentos donde
vivo, me enfrento a la Casa Lis. Construida sobre la propia muralla de la
ciudad medieval, la fachada de vitrales de colores y hierros refleja el cielo.
Fue una residencia particular y ahora funciona como museo de Art Decó y Art
Nouveau. La reja de acceso fracturó la muralla y la canalizó con dos escaleras
custodiadas por faroles que envuelven a una venus.
Hoy se entra por la puerta de la calle de atrás
y tiene estructura de museo, no de casa. De la construcción original sólo
conserva esa fachada, una enorme banderola, también de vitrales, que cubre todo
el patio central, las aberturas de madera y algunos pisos. Igual es disfrutable. Se respira una atmósfera a aquellos tiempos
que a mí me remite a lo de mi abuela paterna, aunque su familia, a diferencia
de la de mi madre, no era moderna.
Allí se exhiben colecciones de muebles,
juguetes, pinturas, joyas, vidrios, abanicos y adornos, sobre todo, adornos.
Los muebles desde Gaudí y colaboradores a la escuela de Nancy. Maravillosos los
artículos de vidrio, aquellas lámparas que del pie a la pantalla representaban
imágenes de la naturaleza a través de técnicas de vidrio soplado en varios
colores. Los floreros, estilizados como las ninfas que presidían los
escritorios o las escaleras, esa lánguida figura femenina, como la pretendió representar la
moda de velos y tules. Pitilleras de nácar o plata, perfumadores de
vidrio labrado, bailarinas de porcelana o vidrio, ingeniosos mecanismos que
permitían que algunas de esas estatuillas, además de bailar, se denudaran.
Erotismo en los adornos, crítica mordaz en los utensilios de uso diario como
palilleros, caroceros, corta puros y el lujo de la Belle époque en las joyas que eran libélulas, flores o moños y hasta en los tapones de los radiadores en
cristal con forma de dioses griegos
alados.
¿Y dónde está la abuela? Estaba en la colección de juguetes de lata y de muñecas de
porcelana. Estaba en los muebles, en los marcos de los portarretratos, en los
jarrones de vidrio azul y blanco de largo cuello como para abrazar narcisos. O
en la lámpara de vidrio esfuminado y en la vitrola. Y en los adornos
utilitarios, tan feos, de tan mal gusto, como la cabeza de un pelado de nariz
roja, totalmente perforada donde se podían poner los escarbadientes o en el
carocero en forma de inodoro, que con formas parecidas, aparecían en las
reuniones familiares. Estaba la casa, no mi abuela.
Una suave música de aquellos años locos
acompaña el recorrido. Jazz, foxtrot, charleston. Y mientras me paro en las
vitrinas a mirar los objetos, me imagino a las tías Erla y Oriola pegadas a la
radio escuchando radionovelas.
Creo que tu abuela estaba ahí.
ResponderEliminarBeso.