Expectativas de año nuevo



 En estos días finales del año que no podremos olvidar, aparecen las expectativas para el próximo que, con una ingenuidad a lo Mary Poppins, imaginamos mejor. Siempre hubo algo de magia en los deseos del nuevo año. Para mí es como si unas puertas enormes comenzaran a cerrarse en diciembre, día a día, para hacerlo por completo el 31 a las 12:00, momento en el que uno debe escabullirse con todo pronto a través de la hendija para empezar el nuevo año, el que ni bien se vislumbra, al dejar bien cerrada la puerta atrás, aparece resplandeciente como un ancho mundo por recorrer. 

Al otro lado, la puerta tiene una especie de cornisa, y a lo lejos y por debajo, se divisa un campo ondulado de hierbas verdes y moradas, flores rosadas y copas de árboles que flotan acariciadas por una brisa bajo un cielo sin nubes en el que brilla el sol. Uno, infeliz mortal, acaba de atravesar la puerta, aún sin recuperar mucho la conciencia pero ve, hacia adelante y desde lo alto, un paisaje tibio de color que reconforta el alma e infunde energía para el viaje que comienza. Y hace listas. Y se llena de buenos propósitos. Pero es un viaje. Y como todo viaje, comienza con el primer paso: adelante un pie y ¡plaf!, uno se precipita desde la cornisa al suelo: 3, 4, 5 metros hacia abajo, cae, atraviesa las copas que dejan de ser mullidas para recibirte en la maraña de ramas que lastiman, raspan, golpean. La luz se retiene en el cedazo del follaje, se entremezcla con las hojas y teje sombras que avanzan con el descenso hasta llegar al gris. El suelo te recoge con el golpe definitivo: de cola en la tierra. Ahora uno ve los troncos, las ramas bajas que te hacen agachar y apenas unos rayos que se cuelan entre la niebla y azulean los contornos. Desde el llano, los troncos se suceden con la misma luz. Pero lo más sorprendente es que cuando uno se incorpora y mira hacia atrás no hay puerta cerrada ni hay muro, solo un bosque a ras del suelo envuelto en brumas, del que sólo se distinguen los troncos y alguna rama baja y donde, de tanto en tanto, en un claro brilla la luz. Es todo igual. Uno gira la cabeza, vuelve a mirar hacia adelante y el primer árbol tiene un cartel: 2 de enero. 


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