Las bibliotecas como laberinto

 


En una conferencia sobre Borges, a la que asistí por zoom en estos tiempos de pandemia, el conferencista proponía que observáramos nuestra biblioteca como un jardín. Que la exploráramos como un laberinto, pero también como un espejo. Como un identificarse, un reconocerse, pero también un desconocerse. Que nos preguntáramos por qué un autor quedó al lado de tal o tan lejos de cual. El que daba la conferencia decía (no recuerdo si lo planteaba Borges o él mismo) que las bibliotecas tienen su propia dinámica, que cambian con el tiempo, que te reconocen y te desconocen. Y recomendaba, además, no ordenarlas, sino dejarlas ser.

Por otros avatares de la literatura reuní todos los libros de García Márquez en un estante y quise compartir esa visión con un grupo de amantes de Gabo que integro en internet. Esa es la foto que, en estricta aplicación de lo propuesto por Bejarano, comparto hoy. En ese trozo de estante aparece García Márquez custodiado por Ana Gloria Moya (de nada, señora, se lo merece)  y Laura Esquivel, dos latinoamericanas comprometidas con la literatura y con estas tierras. Buenas custodias. Luego, extendiéndose hacia la derecha,  cuatro uruguayos: dos narradores y dos poetas (mmm, ¿tendrá razón Bejarano/Borges?): Levrero y Caillabet y Megget y Laventure. Como fondo, La Esperanza de André Malraux que es uno de mis libros guía. Hacia la izquierda aparecen otras influencias que, aunque menos consistentes, no dejan de estar en mí. La literatura francesa, mi condición de madre y un ejemplar de lo que se llamó literatura femenina. La verdad Bejarano, que para sólo 37 cm de estante me has dado mucho para pensar.

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